
“Se dice que, en 1941, dos grandes físicos se reunieron en Copenhague durante 10 minutos. Se dice que hablaron sobre las implicancias de la bomba atómica. Se dice que, de haber sido diferente este encuentro, la historia habría cambiado drásticamente. Se dice que algo ocurrió y que la reunión se detuvo súbitamente. Se dice que nadie, tan solo ellos, saben exactamente qué pasó en Copenhague”.
Esta es la anécdota que se desarrolla en Copenhague, la muy buena obra de teatro que se presenta estos días en La Plaza ISIL, de Larcomar. Escrita por el dramaturgo inglés Michael Frayn (Premio Tony a la Mejor Obra de Teatro del 2000), llega a Lima gracias a la dirección de Marian Gubbins.
CIENCIA Y DRAMA. Sobre el escenario vemos al físico danés –y judío– Niels Bohr (interpretado por Alfonso Santisteban), a su esposa Margarita (en la piel de Bertha Pancorvo) y al científico alemán Werner Heisenberg (encarnado por Gerardo García Frkovich). Los tres están muertos y, juntos, empiezan a reconstruir varias escenas de su vida en común, que tiene como epicentro su cortísimo encuentro de 1941. Tanto Bohr como Heisenberg existieron. Fueron maestro y discípulo y recibieron el Premio Nobel de Física en 1922 y 1932. Bohr es autor del principio de la complementariedad (“los fenómenos pueden analizarse de forma separada cuando presentan propiedades contradictorias”), y Heisenberg, a su vez, planteó el principio de incertidumbre (no es posible establecer, a la vez y sin error, la posición y la velocidad de una partícula en el espacio).
Sobre estos principios, Frayn construye una obra de implicancias éticas, pues los descubrimientos científicos de los protagonistas influyen en su visión del mundo.
A pesar de ser un montaje “intelectual’ más que de acciones, el mérito de Gubbins es hacer que la obra fluya (aplausos para los actores) y que reflexionemos sobre ética y ciencia sin maniqueísmo
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