MUNDO: Su negocio fue una excusa y ya ganó su primer millón

martes, 3 de marzo de 2009

Por: Antonio Orjeda

“Ella no le vende carbón al diablo porque él es el dueño de la fábrica”, dice Armando Carlini y suelta una risotada. El 2006 entró a la tienda de ella. Quería mallas para su garaje. No salió más. Le echó las redes a la mujer de las mallas, que abrió su negocio solo porque quería hacerse de una visa. Todo en Mallas, así se llama la empresa con la que ella y Armando han comenzado a cubrir el Perú.

Todo empezó porque se quería ir a Canadá
Yo estudié en el Maryknoll, un colegio de curas canadienses, y toda la vida estuvo en mi cabeza irme a Canadá. No tenía muchas posibilidades. Tuve un enamorado que se fue a Canadá y yo dije: “Me voy detrás de él”. Pero el amor se terminó. De pronto, colgué unas fotos mías en Internet y me escribieron 1.500 hombres. Escogí a dos. A uno lo boté a los dos días y, el otro, fue mi novio: un chico que nació en Canadá, pero que vivió en México. Vino a conocerme. Me quise ir con él, pero no me dieron la visa. Entonces él me dio la opción: “Pon una tienda como la que tiene tu familia, seguro que así sí te dan la visa”.

Y si se metió en el rubro de las mallas fue porque en él ya trabajaba su familia.
Exacto. Yo no sabía nada.

¿Si esto nació como una treta y no había logrado su cometido, por qué seguía adelante?
Porque empecé a vender.

¿Cuánto facturó el año pasado?
Más de un millón de soles.

¿Qué dicen hoy sus amigos del Maryknoll que la veían vendiendo bicicletas en la avenida Arenales?
“Como Ana María, no hay. Ella se quedó sola y empezó vendiendo bicicletas. Todo el tiempo ha sido trabajo”. Porque yo no me divertía.

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